De reencuentros y memorabilia

Gran parte de nuestra personalidad se define por la gente con la que crecimos: en el caso de muchos de nosotros, nuestros compañeros de primaria y secundaria.

La semana pasada tuve la oportunidad de reencontrarme con mis compañeros de la primaria y la secundaria.  De entre el grupo había gente que ya había visto hace pocos años, pero también había otras personas que no había visto en mucho más tiempo.

No sé a ciencia cierta cuál es el beneficio de los reencuentros. Después de 20 años estaba de nuevo junto a gente con la que crecí y compartí gran parte de mi infancia; solo que en esta ocasión hablábamos ya no de la escuela o la tarea, sino del trabajo, de los proyectos personales o profesionales, de los matrimonios, de los hijos, de los divorcios.

De cierta forma es bonito volverlos a ver después de tanto tiempo pues “Recordar es volver a vivir”. Este dicho resulta particularmente cierto para alguien como yo, que tiene graves problemas de memoria; entonces volver a acercarse a estas personas permite aflorar recuerdos de momentos que formaron parte de mi vida.

Me dio mucho gusto verlos a todos. Además, creo que tus amigos de la primaria/secundaria son quizá quienes te conocen y saben cómo eres (o cómo fuiste), y también son las personas que comparten contigo la manera de ver la vida, comparten las mismas dudas, los mismos deseos, los mismos miedos.

Quizá si los reencuentros en algunas ocasiones no fueran tan superficiales como suelen ser -o tan enfocados en la competencia por saber a quién le va mejor, quién tiene el mejor auto, quién gana más, etc.-, podríamos darnos cuenta de que nos seguimos identificando con las mismas personas con las que solíamos jugar en el recreo.

Hace poco leía Freakonomics, de Levitt y Dubner, un libro que trata de buscar el lado oculto de todo a través del análisis económico, y precisamente trae un capítulo acerca del impacto verdadero que tienen los padres en la formación de los hijos.

Después de varios análisis, los autores revelan el sorprendente hecho de que en realidad lo que hagan o dejen de hacer los padres durante la formación de los hijos no influirá mucho en su personalidad pues el 50% ya está definido por lo que los padres son (no lo que hacen), y el otro 50% se define más que por la interacción con los padres, por la interacción que tiene los niños con sus compañeros.

Es decir, que gran parte de nuestra personalidad se define por la gente con la que crecimos: en el caso de muchos de nosotros, nuestros amigos y compañeros de primaria y secundaria.

Tengo una amiga que dice que no va a los reencuentros porque no le gusta remover el pasado. Ella argumenta: “¿Qué caso tiene volver atrás? Mejor dejar las cosas como se quedaron y seguir adelante”.  Tampoco estoy tan seguro de esta visión.

Para mi los reencuentros podrían significar además reencontrarse con uno mismo, pues si bien da gusto volver a platicar y convivir con estas personas que fueron -o son- tan valiosas en tu vida, también sirven para recordarnos de dónde venimos, quienes somos y a dónde queremos llegar, pues “si no sabes de donde vienes, tampoco sabes a dónde vas”.

Así pues el sábado estuvo muy divertido pues además de la memorabilia en fotos y recuerdos también nos alegramos de ver que todos están bien; quizá los reencuentros hay que verlos sólo como un momento pequeño, una pausa en la vida en la que te reúnes con la gente que te vio crecer, con la gente que compartiste tu infancia, tus travesuras, tus juguetes, bueno, hasta tus novias en algunos casos; pero quizá lo más importante es que te reúnes también con ese tú de hace 20 años pues inconscientemente vuelves a jugar el mismo rol, te vuelves a adaptar en ese círculo, vuelves a vivir y a sentir esas sensaciones, esos momentos, y a reafirmar también las decisiones que has tomado, y que te han permitido llegar hasta donde ahora estás.

Gracias por el reencuentro.