Sueño a Diario

Había leído ya bastante como para creer que él mismo era parte también de una novela

Cuzco, Perú, 2010

ERA UN DÍA CUALQUIERA, de esos en los que nunca sucede ningún acontecimiento importante, digno de destacarse en algún diario, almanaque o libro de historietas.  Sin embargo, como a veces suele suceder, los eventos menos importantes para unos son los más trascendentes para otros.  Diego caminaba rumbo a su casa.

Recorría la banqueta de la izquierda de la Avenida Principal mientras veía pasar los automóviles en dirección contraria a la que él llevaba.  Tenía en su brazo derecho unos libros de literatura contemporánea, y en el otro llevaba su mochila repleta de hojas, símbolos y letras.

Diego era un tipo de veinticinco años de edad que terminaba su carrera de ingeniería, y aunque parezca inverosímil, le gustaba leer novelas y relatos en sus pocos ratos libres.  Había leído ya bastante como para creer que él mismo era parte también de una novela, y que a la vuelta de la esquina próxima se toparía con aquella mujer de cabello negro y tez blanca, con ojos negros, grandes y brillantes que serían escoltados por un ejército de hermosas pestañas que lo mirarían con la firme intención de arrebatarle apasionadamente un latido de su corazón.

La mujer, también en sus veintitantos años, portaría un vestido claro, estampado con pequeñas flores azules, de tela suave que dejaría discretamente al descubierto el contorno de su cuerpo.  Su sonrisa sería el misterio más profundo en ese instante. ¿Cómo sería su sonrisa? Como toda mujer, es de las cosas que más esconde al momento de pasar frente a un desconocido pero, para fines de novela, su sonrisa debería ser perfecta, delicadamente formada por unos labios carnosos, dulces, de esos que entreabiertos piden a gritos que les robes un beso.

La banqueta era deforme, a veces desaparecía y se transformaba en una entrada para autos, otras veces parecía haber sido destruida deliberadamente.  Diego sorteaba estas vicisitudes y se aproximaba a la esquina.  Como todos los días, guardaba siempre la esperanza de encontrarse con ella.

Empezó a caminar más lento al aproximarse al final de la banqueta, pues pensaba que debía darle tiempo a la mujer para llegar, quizá se habría detenido ante una luz verde para los autos en un crucero cercano.  Diego debía ayudar al destino y darle una oportunidad más.  Mientras se acercaba, daba los pasos cada vez más despacio y el tiempo entre cada uno poco a poco se iba incrementando, hasta parecer a lo lejos que meditara seriamente antes de dar un paso adelante.

Para Diego ese encuentro era lo más importante de su vida, era la razón por la cual siempre decidió alejarse de sus amigos a la salida de la universidad y tomar el trayecto largo de regreso a casa.  Quería verla de nuevo, escuchar sus pasos, sentir su esencia, respirar su perfume, robársela un poco con un suspiro cuando esa fracción de segundo, en la que los cuerpos se encontraban, sucediese al fin.

Llegó al lugar exacto, justo junto a aquél colorín que levantaba ferozmente con sus raíces la banqueta y la calle a su alrededor.  Era una sombra gentil, agradable, que dejaba filtrar unos leves rayos de sol; era el ambiente exacto para aquel encuentro tan esperado.  Diego suspiró profundamente y cerró por un instante los ojos.  La mujer pasaba junto a él.  Ella lo miraba y le clavaba los ojos en los suyos, y por un instante el mundo se detenía, sus almas se veían a través de esas ventanas y se enamoraban en un segundo.  Diego sentía su presencia, rozaba levemente su brazo descubierto y se le enchinaba la piel.

Sonrió y soltó la respiración.  Abrió los ojos.  -Qué idiota- pensó. Diego se encontraba solo, junto a aquel colorín, haciéndose acompañar de sus recuerdos.