Subí muy temprano al tren para un viaje de tres horas que prometía grandes paisajes y excelentes panorámicas. Sin prisa busqué mi asiento, y me alegré al saber que me había tocado ventana pues así podría contemplar el paisaje durante todo el camino. La pasajera junto a mi se levantó de prisa para dejarme sentar, le agradecí y poco después prosiguió con su sueño.
De primera instancia no presté mucha atención pero cuando el tren comenzó a moverse la miré de nuevo, y le descubrí con los ojos cerrados tras las gafas obscuras, y las palmas extendidas recibiendo el calor del sol que le llegaba directamente a las manos.
Con la mente en otro lado me dediqué a mirar por la ventana las cabañas, las montañas, los ríos, tratando de imaginar lo que sería vivir ahí.
Poco después abrió los ojos y comenzamos a hablar, primero de trivialidades como el sol, el clima, la comida; pero como era de esperarse, al poco tiempo todos esos temas se nos fueron acabando y fue entonces que abordamos otros más profundos que surgieron naturalmente.
Mientras más hablábamos más nos sorprendíamos al darnos cuenta de la gran cantidad de coincidencias, no solo en la manera de pensar, sino en la manera de sentir y en la manera de vivir.
Al pasar de las estaciones -y del tiempo- poco a poco fuimos compartiendo nuestras experiencias, planes, sueños, y también nuestros miedos; y nos dimos cuenta de que en realidad no estábamos tan solos como pensábamos.
Hablamos de la energía, de la alegría, de la libertad, de las decisiones, de la familia, de los padres, de los hijos, del trabajo, del amor y del destino.
Y creo que fue por azares de este último que la vida nos puso ahí, en la ventana 39 y el pasillo 40, para que durante ese corto tiempo nos olvidáramos del solitario mundo en que vivimos y descubriéramos que no muy lejos, en el asiento de al lado, hay otro mundo similar y a la vez complementario.
El del tren fue un viaje mágico, y aunque casi no miré por la ventana, no por eso dejé de disfrutar de increíbles panorámicas, de grandes historias, exquisitos aromas, muchísimos colores y sobre todo, del hermoso paisaje que durante todo el camino, mi compañera me regaló con su sonrisa.